lunes, 9 de abril de 2012

Inefable


“Cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando.”
J. Manrique

Cuán banal es todo, ante lo que implica la muerte. Uno no se da cuenta entera de ello hasta el momento en que vive una pérdida de suficiente importancia en su vida. Yo hace unos cuatro años que viví eso por primera vez. Es algo por lo que todos pasamos o pasaremos, pero no una vez, sino muchas hasta que llegue nuestro momento.

Perder a alguien querido, es perder una parte de tu propia vida. Las personas no somos seres señeros y autónomos, sino un conjunto de recuerdos vividos en compañía; sentimientos y vivencias que no tendrían verdadero valor si no hubieran sido compartidos, siendo que permanecen mientras lo hagan quienes lo han compartido. Es por ello que la frase “seguirá vivo en nuestro recuerdo” tiene tanto sentido.
Yo nunca me había parado a pensar esto seriamente hasta hace unos años, lo consideraba un pensamiento emotivo y nada más. Pero es una verdad incuestionable que cuando alguien se va, también desaparece una parte de nosotros y lo único realmente que nos queda de esa persona es su recuerdo y la gratitud que sentimos por la suerte de haberlos podido conocer y querer. Por todo ello, es tan importante recordarles, y porque olvidarles sería como permitir que muriesen de nuevo.

Rosa Montero, una fabulosa periodista pero sobre todo persona, describía así el inefable duelo que hay tras la pérdida de un ser querido:

Hay que reconciliarse con otra realidad (otra normalidad) que siempre llevará el agujero del ser querido. La pena por su pérdida no es una enfermedad de la que curarse, o sea que hazte a la idea: nunca dejarás de echarlo de menos. Pero el escozor de su ausencia no impide volver a ser felíz, e incluso muy felíz, pese al agujero. Porque el desconsuelo también forma parte de la vida, y porque añorar a tus muertos es una manera de llevarlos contigo.

Dedicado especialmente a mis abuelos Luís y Ramón.







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