“Cómo se pasa la
vida,
cómo se viene la
muerte,
tan callando.”
J. Manrique
Cuán
banal es todo, ante lo que implica la muerte. Uno no se da cuenta entera de
ello hasta el momento en que vive una pérdida de suficiente importancia en su
vida. Yo hace unos cuatro años que viví eso por primera vez. Es algo por lo que
todos pasamos o pasaremos, pero no una vez, sino muchas hasta que llegue
nuestro momento.
Perder a
alguien querido, es perder una parte de tu propia vida. Las personas no somos seres
señeros y autónomos, sino un conjunto de recuerdos vividos en compañía;
sentimientos y vivencias que no tendrían verdadero valor si no hubieran sido
compartidos, siendo que permanecen mientras lo hagan quienes lo han compartido.
Es por ello que la frase “seguirá vivo en nuestro recuerdo” tiene tanto
sentido.
Yo nunca
me había parado a pensar esto seriamente hasta hace unos años, lo consideraba
un pensamiento emotivo y nada más. Pero es una verdad incuestionable que cuando
alguien se va, también desaparece una parte de nosotros y lo único realmente
que nos queda de esa persona es su recuerdo y la gratitud que sentimos por la
suerte de haberlos podido conocer y querer. Por todo ello, es tan importante
recordarles, y porque olvidarles sería como permitir que muriesen de nuevo.
Rosa
Montero, una fabulosa periodista pero sobre todo persona, describía así el inefable
duelo que hay tras la pérdida de un ser querido:
“Hay que reconciliarse con
otra realidad (otra normalidad) que siempre llevará el agujero del ser querido.
La pena por su pérdida no es una enfermedad de la que curarse, o sea que hazte
a la idea: nunca dejarás de echarlo de menos. Pero el escozor de su ausencia no
impide volver a ser felíz, e incluso muy felíz, pese al agujero. Porque el
desconsuelo también forma parte de la vida, y porque añorar a tus muertos es
una manera de llevarlos contigo.”
Dedicado especialmente a mis
abuelos Luís y Ramón.